Por: Pablo Enrique Bohórquez Duque
Es sábado, salgo muy rápidamente de mi casa, tomo un taxi para no llegar tarde, informo que no voy a almorzar pues el programa incluye todo y mi destino es cumplir con una citación que me pareció bastante importante, que no reconfirmaron en una región donde si no se recuerda es como si no se hubiera citado, donde hay que meter y comprometer.
8:00 en punto pisando la puerta y la fila da la sensación de que todos llegamos al mismo tiempo, no observo a nadie conocido, solo muchachos que dan la impresión ser del mismo salón de clase.
Quienes realizan las inscripciones son más lentas que una decisión del consejo de estado. Saludan por el nombre a cada una de las personas van inscribiendo y parece que al único que no conocen es a mí.
Cuando por fin me toca el turno averiguo un poco y me doy cuenta que como no les había sido posible confirmar asistencia y para evitar que nadie llegara, decidieron comprometer un par de grupos del SENA para llenar el auditorio.
Ninguna de las personas que yo conocía y que hacen parte de la entidad citante se encontraban en el sitio; ingreso al salón sin inscribirme, nadie se enteró y aunque me siento en el lugar equivocado, de todas formas opto por ubicarme y esperar. Una bella dama se me acerca y me dice: “doctor, ya puede empezar”, yo no sabia de que me estaba hablando, pero me parecía que ese no era el sitio para ese tipo de insinuaciones, pero me aclara “El auditorio esta lleno y estamos esperando su intervención”. Yo le informo que soy un invitado más y que también estoy esperando los organizadores.
8:30 y continúan inscribiendo asistentes. Pasan por mi mente los documentos pendientes en la oficina, las llamadas por hacer, el partido de baloncesto al que no pude acompañar a mi hija, el gimnasio que estoy pagando y al cual no he podido asistir por falta de tiempo, el partido de fútbol con mi hijo y muchas cosas mas.
8:45 alguien se levanta entre el auditorio y empieza a hablar, explica la importancia de darle continuidad a esta actividad (o sea que ya se había realizado una primera parte y no me habían invitado); luego de una intervención de 15 minutos alguien del auditorio le solicita que se presente, a lo que contesta: “que pena, creí que todos me conocían”.
Inmediatamente da la instrucción para iniciar la sesión y colocar todas las mesas alrededor del auditorio pues se encuentran repartidas por todo el salón; No entiendo para que las tenían así, si las necesitaban de otra forma. De todas maneras tomé mi silla y con ella me desplace cerca de la puerta, la dejé ahí y seguí derecho saliendo igual como entré, sin que a nadie le importara ni se dieran cuenta.
Me quedó una enseñanza: No volver a nada que no se verifique no solo la actividad, los asistentes, sino también la agenda del día, pues aunque me dirigí a mi oficina y bajé el cerro de papeles que se encontraba sobre mi escritorio, me quedé desubicado y sin almuerzo.
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