viernes, 29 de octubre de 2010

MI CIUDAD ES UN CIRCO

Por Pablo Enrique Bohórquez Duque

Un recorrido por la ciudad me lleva a encontrar todo un circo: al malabarista de los sombreros, de las pelotas o de los pines y no es raro toparse con quien se para en las manos, hace equilibrio sobre el hermano mayor, el que bota fuego por la boca o hace malabares con algunos elementos que arden en fuego para luego pasar a recoger el dinero que debe ser entregado a su manejador o apoderado, quien les hizo “el favor” de enseñarles la técnica.

Es impresionante la vena artística de quien pide el favor público para ganar el sustento diario convirtiéndose en un verdadero actor callejero, representando al invidente, al loco del pueblo, al paralítico, al sordo mudo, al desplazado, al recién salido de la cárcel, del ejército, de la policía, de la guerrilla o de los paras; o quien carga la fórmula o el certificado de defunción por varios días y a veces meses sin aceptar colaboración en especie, solo recibe dinero a cambio; o los maquilladores de heridas y de expresiones que logran aflojar el músculo del si a quienes fácilmente se doblegan por lo sensible de sus corazones. Tampoco podrían faltar los motociclistas suicidas que vemos salir de todos los lados violando reglas y causando pánico.

Cada mandatario llega con sus propios animales: camellos en la oficina de la primera autoridad del municipio que son reemplazados al cambio de administración por peces y pájaros enjaulados. El animal del exgobernante es enviado a un sitial de honor si es de la misma corriente o al basurero municipal si es contradictor. Y como lo que no se anuncia no se vende cada uno de ellos ha dejado su huella, su marca en cada luminaria, puente, andén, silla o separador de vías, las que al cabo del tiempo observamos deterioradas, algunas con nuevos anunciantes encima, tapadas con mas cemento o a punto de desprenderse, como les pasa a algunos camellos que ya se encuentran patas arriba, pero parece que así nacieron.

En los intermedios de esta gran velada, las ventas ambulantes, los rebuscadores, los contratistas, los intermediarios, los explotadores y los oportunistas tratando de sacarle hasta el último centavo al público en general.

En este circo vemos al pordiosero o al reciclador rebuscando su comida y la de sus perros, por que no solo normalmente lleva más de uno, si no que prefiere que ellos coman primero; a las estatuas vivientes que funcionan con el sonido de las pocas monedas que llegan a su alcancía. Pasa el dueño de la carreta con las cabras, vendiendo directamente de la teta a la boca y los caballos con montadores que nada tienen que envidiarle al zorro; también las carretillas jaladas por bestias; perros y gatos sueltos por todas partes y los mas exóticos animales convertidos en las mascotas de grandes y chicos. Así van desfilando todas las fieras, sin contar los micos que nos meten quienes legislan, ni los elefantes que siguen entrando a palacio acompañados de algunos políticos que se tienen que ir pero que se despiden más que un circo viejo y con la carpa rota, siempre prometiendo regresar con una mejor función.

También observamos empresarios que explotan las labores especializadas y quieren exprimir al empleado sin aprender que si este paga con maní solo consigue contratar micos y una mayoría de funcionarios que quieren taparse de plata en su cuarto de hora comiéndose los huevos de la gallina de los huevos de oro, y como si fuera poco haciendo sancocho con la gallina.

Definitivamente, los circos y los payasos seguirán existiendo mientras tengan público que asista y aplauda su función, así después llegue a casa y no encuentre nada que comer.